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Proyectos. En 2017 publicará 'Cultura Española', un manual para alumnos de español que se editó por primer vez en 2004. :: álvaro cabrera
«Es falaz decir
que el español
es la lengua
creciente
en EE UU. La
integración
es en inglés»

«Es falaz decir que el español es la lengua creciente en EE UU. La integración es en inglés»

Sebastián Quesada Ha dirigido en Lisboa, Burdeos, Milán, Viena, Bucarest y Atenas el Instituto Cervantes, y el bagaje de 43 años le hace autocrítico. A la promoción de la cultura española le falta mecenazgo de empresas para consolidar una marca España en el mundo. No cree que en EE UU el castellano le gane el futuro al inglés

JOSÉ VICENTE ASTORGA

Domingo, 11 de diciembre 2016, 00:58

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De sus 76 años, 43 los ha vivido fuera de España como alto funcionario del Gobierno dedicado a promocionar el idioma y la cultura españolas. También a divulgarlas en libros pensados para los alumnos extranjeros. Arrancó profesionalmente con la licenciatura en historia, y su labor como coordinador de los institutos Cervantes de Europa le convirtió en autodidacta para ponerlos en marcha en algunos casos. El Cairo fue su primer contacto con los centros culturales españoles, embrión del futuro del Instituto Cervantes, criatura cuya paternidad adjudica a Alfonso Guerra. «Era como estar tirando millones de litros de buen rioja al río», ilustra sobre el escaso valor que hasta los 90 España daba al castellano y a su cultura como palanca de promoción en el mundo. Está en la nómina de los pioneros del Instituto, un brazo muy poderoso para difundir la marca España, pero no tanto como el de Nadal o las piernas de Indurain, reconoce.

-¿De quién fue la idea de crear el Instituto Cervantes?

Se empezó a concretar a principios de los 90. Con los fastos de la Expo y las olimpiadas el Gobierno se tomó conciencia del tesoro que teníamos entre manos. Cuando se creó ya tenía yo mucho camino andado. Con todo mi respeto, con el Cervantes no se creó nada nuevo: era un capuchón de una pluma que ya existía. Lo primero en mi vida profesional fue como ayudante del catedrático de prehistoria Martín Almagro en Egipto. Mi idea era quedarme y hacer el doctorado en historia antigua, pero me ofrecieron dirigir en Bagdad al Instituto Hispano-Árabe porque el director que había no soportaba aquello. Con el arabista Rodolfo Gil Grimau, sobrino de Julián Grimau, dimos mucho la lata a finales de los 60. Con el ministro Pío Cabanillas estuvimos multitud de veces porque había en muchos países una creciente demanda de cultura española. Movimos muchísimos hilos, en la prensa, en 'ABC', en 'Pueblo'. Los políticos no nos hacían ni caso. Teníamos en la cabeza algo como el Instituto Goethe, y sobre todo el modelo de la Alianza Francesa. Insistíamos en esa palanca de la promoción de España que es la lengua, algo que el país tiraba como un buen rioja al Duero.

Comienzos

¿Quién toma la decisión de alto nivel para crear el Cervantes?

Hasta donde a mi se me alcanza, Alfonso Guerra. Eso es lo que nos llegó. Se dieron cuenta en el Gobierno que había que potenciar lo que ya teníamos modestamente, los centros culturales españoles o institutos de España. Los fuimos 'cervantizando' y pido perdón por la palabra. Ahí me nombraron coordinador de centros Cervantes en Europa, aunque también tenía bajo mi responsabilidad otros como Tánger y Tetuán. Fue un trabajo agotador, de un país a otro. Al principio no sabíamos ni lo que teníamos, ni qué personal, ni de quién eran las sedes o cómo se hacía la dirección de acción cultural. Me sorprendió que en países árabes, donde los trabajos se heredan, encontrarme en El Cairo un chico de 18 años cuando los datos que tenía correspondían a un anciano de 90 años. Todo se pagaba con el dinero de las clases, algo hoy inconcebible. El Estado pagaba los salarios, pero para los presupuestos de acción cultural teníamos que conseguir autofinanciación. Ya dije que era un error aunque el objetivo ideal sea conseguir la mayor entrada de dinero. En los comienzos teníamos tres enemigos -Cultura, Educación y Exteriores- y hasta la RAE quería intervenir.

¿Y cómo se adaptó un historiador a esas tareas de intendencia?

Mi trabajo me entusiasmaba. Coordinar los centros era compatible con ser historiador, aunque es muy distinto a ser un licenciado en historia, como un licenciado en política no es un político. Una de las labores era la labor cultural, y para la organización de actividades y exposiciones era fundamental esa parte intelectual.

¿Tan pobre era la oferta de manuales que se pone a escribirlos?

Pues sí, no había nada en el mercado. No había ni gramática de español para extranjeros, para su comunicación cotidiana. Ese enfoque concreto no lo había. En Tánger hice unos apuntes en 'cyclostil', una gramática práctica. Empezaron a pedirme y a pedirme desde Rabat, Casablanca. Me fui a SGEL, la editora. Me publicaron y se agotó en cuatro días. Se llegaron a hacer 24 ediciones de aquel 'Resumen práctico de gramática española'. Me di cuenta de que faltaban los libros sobre cultura, arte, ciencia, pensamiento. No había nada. El primero fue un curso de civilización española, del que se vendieron miles. Lo que hice lo sigo haciendo. Escribí también un libro sobre cultura española 'España Siglo XXI'. El primero fue en 2004, que ahora volverá a salir, y su destino son estudiantes de español en departamentos universitarios. También hice junto a Tamames 'Imágenes de España', una visión global. De forma cinematrográfica. En mis manuales acompaño textos de autores de cada época que ilustren lo que describo, un contenido al que dedico mucho tiempo. Siempre tengo presente una interacción en todos los aspectos del pasado.

¿Se apunta a la tesis de Saramago de que Portugal acabará como una autonomía más de España ?

Yo fui amigo de él. Se han dicho cosas que no se correspondían con la realidad o que no pensaba. Era iberista, sí pero en una unión en el marco de una Unión Europea. Un Portugal independiente y autónomo. Cada uno en sus casa. No hay portugués que pase por otra cosa. Portugal es un país curiosísimo. Se crea históricamente por contraposición a España.

¿Y por qué históricamente los ninguneamos?

Ha sido la respuesta de España: la indiferencia. Una situación algo pintoresca. No nos pueden ver. El portugués no se fía del español, para nada. Somos sus enemigos naturales. En cierta forma llevan razón. Ellos se han hecho frente a nosotros. Primero frente a Castilla y luego frente a España. La presencia económica española es enorme, y hablan de 'a nuova invasao espanhola'. Lo llevan mal. Los portugueses han paralizado incluso las obras del AVE. Hay zonas en el norte donde sacan banderas españolas, por ejemplo, en Vigo, reclamando mejor asistencia sanitaria. La idea de España para ellos es como para nosotros decir que somos europeos, pero eso no supone ser suecos. El Papa que reconoció a los reyes de España, se ganó la protesta de don Manuel de Portugal porque él se sentía rey de Portugal y los reyes de España no lo eran para él de Portugal. En 1713 Portugal se negó a firmar a firmar el tratado e Utrecht por esa misma razón. Portugal es para ellos también España. España es una cuestión geográfica. Lo de Olivença lo viven mucho peor que nosotros lo de Gibraltar. Lo viven como una ofensa. Las Islas Salvajes, que ni le sonarán, es otro contencioso que está ahí. Son unos islotes entre las Azores y Canarias donde han instalado una oficina de correos, viven cuatro. Detrás de esto hay petróleo y mucha pesca.

¿Qué pasará con Gibraltar? Según sostiene el exministro Margallo, con el 'brexit', fruta madura.

Conozco El Peñón bien de mi etapa en Tánger. Lo veo difícil. Tendríamos que aumentar el nivel de vida. Los gibraltareños son de todas partes. Es un paraíso de dinero, también para los españoles que se dicen patriotas. Yo haría una política de acercamiento. Se creó un Instituto Cervantes pero se cerró. Me hubiera gustado dirigirlo, pero ya estaba próximo a la jubilación. Margallo lo cerró. Hubiera sido un desafío muy bonito. Los gibraltareños no conocen España, se quedan con dos cosas superficiales aunque tengan casa en Sotogrande.

Alemania calidad, Italia diseño, Francia glamour... ¿Qué errores se han cometido con la marca España para que se nos siga asociando sobre todo con paella, fiesta o sangría?

España no se asocia a nada. No creo que se haya hecho mal la marca España, sencillamente no se ha hecho. Porque es algo extremadamente difícil. Ahora empieza a ser apreciada. La imagen de España no se corresponde en absoluto con el nivel de desarrollo que ha adquirido.

¿Estamos lastrados por un pasado poco activo en esa dirección?

Sí, aunque haya cambiado mucho. La imagen que tengo después de 43 años fuera me hace tener espíritu crítico. A España no se la ha identificado con calidad y ahora comienza a hacerse. Le contaré una anécdota. En Noruega, en Bergen, un lugar lleno de españoles que se buscan la vida, había un escaparate con productos mediterráneos, pero nada español. Al salir, en la puerta me encuentro con una cesta con tortas de aceite. Miro: 'Made in Aix en Provence'. ¡La leche!. Ahí soy crítico. La empresa española no sabe hacerlo. De qué me vale escuchar que los vinos españoles son los mejores si en Burdeos, en el castillo Bouchon, con capaces de vender una botella a 22.000 euros. Igual está hasta corrupto ese vino con 90 años, pero lo venden. Nosotros somos pésimos vendedores de lo nuestro. Se lo digo a mis paisanos de Jaén: salid fuera, aprended inglés, salid a vender. Los españoles tenemos la mala costumbre de culpar de todo al Gobierno. Pero ustedes, ciudadanos y empresas, ¿qué hacen como pueblo?. No conocen el mecenazgo, y eso es importantísimo para la cultura, la ciencia y el deporte, tres pilares fundamentales de la imagen de un país. Lo que da calidad. Nadie parece entender que la inversión en esos temas revierte a los 30 años, pero hay que hacerla. No hay empresas que ayuden a la promoción de España en el exterior. A mi el único caso de apoyo privado que se me dio fue Ibercaja que dio 80 millones para restaurar el centro Cervantes de Burdeos. A Zara, una empresa que está en todo el mundo, les pedí poner un logo en el escaparate. Me dijeron que no. Lo más, me dejaban en los vestuarios.

¿Qué empresa se ha encontrado con especial motivación en sentido contrario?

Iberia. Les pedía ayuda billetes, transporte. Las aerolíneas francesas y las italianas protegen la actividad de sus centros culturales como no se puede hacer una idea. El mecenazgo podría hacer no onerosa la labor de promoción para la arcas públicas. Son cuatro migajas. Hay bancos, eléctricas, petroleras, pero sin cultura del mecenazgo. Nadie se la plantea. La Alianza Francesa o la Dante Aligheri italiana sobreviven de sus colonias nacionales en cada ciudad. A un conferenciante, por ejemplo, se le paga a escote en una cena. En España todo es exigir al Gobierno. Con la ciencia pasa igual. Con los recortes para qué le voy a contar. Nadal ha hecho por España más que todos los Cervantes juntos por una imagen de calidad. Y esa imagen deriva en todo: en el turrón, en las patatas y en los enchufes eléctricos. Crear esa imagen es extremadamente difícil, pero hay que hacerlo. Y con la lengua pasa igual. No la cuidamos. Hablamos, como decía García de la Concha, un español zarrapastroso, a años luz de la riqueza expresiva de un indio amazónico.

¿Y EEUU será ese gran país hispanoparlante?

Modestia aparte, lo conozco bien. Comprendo que los gobiernos traten de presentar la botella más llena que vacía, pero no nos engañemos. Los que hablan del número creciente de hispanohablantes sostienen algo falaz. Puede haber 40 o 50 millones, pero lo que nadie dice es que son pobres de solemnidad y que lo que intentan es que no los echen, y más ahora. Sus hijos hablarán inglés y olvidarán sus raíces. Procuran por todos los medios integrarse, y sus padres intentan que sus hijos hablen en inglés. El Mexican Cultural Center. ¿Sabe lo que enseña? Inglés. Olvidemos que vaya a ser una lengua de las elites. Marcos Rubio, sí, una excepción, Si coges el metro de Nueva York, en la periferia extrema, los anuncios son en español. Los anuncios del sida en español, no en inglés. Ya están identificándolos con población marginal y de riesgo. Sin embargo, tenemos un gran tesoro en la presencia del español en enseñanza media y universidades. De ahí salen ingenieros, maestros, economistas... Egoístamente quiero que el español lo hable un profesor a un peluquero porque detrás de la lengua, viene la economía. Eso tiene presente y futuro. Los chicanos, en los estados que EE UU compró a México en 1845, si hay un renacimiento hispano, por llamarlo de alguna manera con ese 'espanglish' tan extraño pero que no deja de ser una seña de identidad.

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